lunes, 14 de septiembre de 2009

3.1 EL DIÓXIDO DE CARBONO


El dióxido de carbono es el segundo gas de efecto invernadero más abundante después del vapor de agua. Este gas circula en el ambiente de forma constante participando en diversos procesos naturales que constituyen el ciclo del carbono. El dióxido de carbono llega a la atmósfera a partir de las erupciones volcánicas, la respiración de los animales que inhalan oxígeno y exhalan dióxido de carbono, y la combustión o descomposición de las plantas y otra materia orgánica. El dióxido de carbono abandona la atmósfera cuando se disuelve en el agua, especialmente en los océanos, y cuando es absorbido por las plantas. Los vegetales utilizan la energía luminosa, mediante un proceso llamado fotosíntesis, para convertir el dióxido de carbono y el agua en azúcares simples que emplean como alimento. Mediante este proceso las plantas almacenan carbono en los tejidos y liberan oxígeno como subproducto.
Los seres humanos estamos aumentando la cantidad de dióxido de carbono que llega a la atmósfera mediante el uso de combustibles fósiles (como el carbón, el petróleo y el gas natural), residuos sólidos, madera y derivados de la madera para calentar edificios, conducir vehículos y generar electricidad. Al mismo tiempo, el número de árboles disponibles para absorber el dióxido de carbono y utilizarlo en la fotosíntesis ha descendido como consecuencia de la deforestación y la tala generalizada de árboles para obtener madera o para preparar la tierra para la agricultura.
Como consecuencia de las actividades humanas, el ritmo de emisión de dióxido de carbono a la atmósfera es mayor que el de su eliminación a través de los procesos naturales que tienen lugar en la Tierra. Además, el dióxido de carbono puede permanecer en la atmósfera un siglo o más antes de que sea eliminado de forma natural. Antes del inicio de la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII, había 280 moléculas de dióxido de carbono por millón de moléculas de aire (abreviado como partes por millón o ppm). Desde entonces, las concentraciones de dióxido de carbono han ascendido debido al incremento de la producción industrial, del transporte basado en los combustibles y de la generación de electricidad, acelerándose en los últimos 50 años. En el año 2007, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), una de las principales organizaciones científicas que estudian este proceso, afirmó que los niveles de dióxido de carbono habían alcanzado un registro máximo de 379 ppm y estaban subiendo una media de 1,9 ppm por año.
Para estabilizar las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono deberían reducirse de forma considerable las emisiones globales, entre un 70% y un 80 por ciento. Si no tomamos medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, se prevé que hacia el año 2100 el dióxido de carbono alcanzará concentraciones de más del doble o incluso el triple de las que había antes de la Revolución Industrial. En el supuesto de emisiones más altas es previsible que hacia el año 2100 se alcancen concentraciones de 970 ppm, más del triple de las concentraciones preindustriales. En el supuesto de que las emisiones sean menores es previsible que en 2100 se alcancen concentraciones de 540 ppm, el doble de las concentraciones preindustriales.

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